martes, 4 de noviembre de 2014

Castillo de Magacela: Una atalaya en la puerta de La Serena





 
Muchos años después, cuando los recuerdos se tambaleaban dispersos en mi memoria, me encontré de nuevo con la nitidez de sus muros. Tras rodear el cerro donde se asienta, y atravesar las callejas con las fachadas mejor conservadas, engalanadas con geranios, lirios, gardenias y otras multicolores flores aromáticas, que quizás contribuyeran a que este conjunto fuera declarado Bien de Interés Cultural en 1994,  me dispuse a subir. En el ascenso encontré a dos asiduos a pasar la tarde en la cima, discutiendo acerca de las bondades de sus perros, uno galgo y otro podenco.
Continuo dejándolos con sus cosas, saco mis prismáticos, y me pongo "a lo mío".  En estos días de finales de verano la suerte puede obsequiarnos con "un trío de damas", y vamos a por ellas. Dos se reproducen aquí y una coincide con sus primas sólo durante "el paso", quizás si os digo que cuentan con una "T" de color negro invertida en su cola, que destaca sobre las plumas blancas, ya sabréis que hablamos de collalbas.
 

En efecto, la collalba negra cuenta con tres parejas en el entorno del castillo y la collalba rubia al menos con dos, además con la suerte de las dos variantes o morfos: gorgiblanca y gorginegra, mientras que la collalba gris visita las laderas del castillo dos periodos al año: el paso post nupcial a final del verano, cuando terminó de reproducirse en las tierras altas, y el paso prenupcial en primavera, cuando se dirige a sus territorios de cría.
En estos días, cuando se ha alcanzado la cima y se contempla el paisaje desde la altura, dejando al norte las Vegas Altas del Guadiana y contemplando el inicio de la extensa penillanura de La Serena hasta las sierras de Puerto Mejoral, o las dehesas abiertas que se densifican hacia el Ortigas, se advierte que esta atalaya elevada sobre unos terrenos tan bajos, puede convertirse en un potente y atractivo imán para las aves que se desplazan elevadas por los vientos en sus largos viajes migratorios. No en vano, estas rocas han abrigado en días de ventosas tormentas a roqueros rojos y escribanos hortelanos. Quien sabe hasta donde le conducía su viaje.



Lo mismo ocurriría con los pobladores humanos, que desde muy pronto comenzaron a asentarse en torno a esta fabulosa y atractiva atalaya. Así lo demuestra la presencia en la misma base del cerro de un dolmen, decorado interiormente con petroglifos de figuras antropomorfas y zoomorfas, así como solisontes. De él solo se conserva la cámara circular, que está compuesta por doce ortostatos de granito, pues se ha perdido el corredor de acceso, su cubierta y el túmulo. También existen abrigos con pinturas rupestres, situados en la bajada de la cresta de la sierra hacia el oeste, que atestigua la presencia del venturoso y nómada cazador paleolítico. Mientras nos dirigimos hacia ellas en cualquier día soleado de primavera, el estrecho sendero se engalana con los cantos de ruiseñores, oropéndolas, y el corretear nervioso de las lagartijas colilargas, que ya se encuentran afanadas en la búsqueda de pareja entre cantuesos y ahulagas. Ahora las bandadas de grajillas, que anidan en los mechinales de la torre que se mantiene en pie, se elevan sin esfuerzo mientras lanzan al cielo sus familiares "quía" que ya nos enseñó "el Azarías" llamando a su "milana". Entre ellas hay una pareja de chovas piquirrojas que anidan en la iglesia, son más acrobáticas y discretas.
Observándolas se pierde la noción del tiempo, que solo se recupera cuando desaparecen tras la loma, lo mismo que los últimos rayos de sol. Ha llegado la hora de regresar a nuestro tiempo.



Lagartija colilarga (Psammodromus algirus)

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