El
nacimiento de los Urban-birders extremeños
Comenzaban
los años ochenta y un mundo nuevo se abría camino en los distintos campos.
Quizás el nexo de unión que nos impulsó adelante fue pensar que cambiar las
cosas era posible, y que estábamos en el momento justo de hacerlo. Mientras
tanto, en blanco y negro se paraba el país, la sintonía de Antón García Abril
anunciaba el comienzo de "El Hombre y La Tierra". Entonces despertaba
el movimiento asociativo en España. Aquel Badajoz que todavía destilaba aire
provinciano, era un lujo para todos los que vivíamos allí, pues tenía muy
próximo el campo, y nos permitía un singular contacto con la naturaleza que nos
aislaba de la incipiente urbe. Poco a poco aquellos mozalbetes con inquietudes
distintas al resto de su generación, nos dimos cuenta de que no éramos los
únicos, comenzamos a fijarnos en que había alguien más con inquietudes
parecidas, y aspecto semejante a nosotros. Nos delataban nuestros pantalones
cortos (vaqueros recortados por nosotros mismos), bicicletas de ruedas grandes (más
que de bmx o trialsin, lo que queríamos es recorrer largas distancias), y de "quinta, más que segunda mano",
y unos prismáticos enormes que colgaban de nuestro cuello (no existían arneses
por entonces), de tan solo dos marcas: Zuper Zenith o "Los Rusos",
que tenían un nombre impronunciable.
En aquellos años ya
practicábamos la frase de David Lindo "Look up" (mira arriba), o tal
vez es que no hacíamos otra cosa. En mi barrio de Badajoz, Pardaleras, existían
varias parejas de cernícalo primilla (Falco
naumanni), una de ellas situada en el edificio Valverde de la avenida
Fernando Calzadilla, podía verla desde
el balcón de mi casa. Y sí, antes de que existieran las famosas aplicaciones de
censos y conteos para estadística, yo apuntaba en mi cuaderno de campo las
veces que el macho aportaba ceba, claro está, fuera del horario del colegio. Además
de esta pareja existían otras en los edificios de las inmediaciones, tanto en
Juan Sebastián Elcano como en Fernando Sánchez Sampedro.
Otra de
mis especies favoritas siempre han sido los vencejos. En la calle La Maya
existía una pequeña colonia, sus nidos estaban situados en la apertura de la
cámara de aislamiento existente entre mi edificio y el contiguo. Además de
vencejos había varias especies de murciélagos como el murciélago rabudo, el
murciélago hortelano o el pigmeo. Sí, aunque parezca mentira, todo eso había en
mi calle.
Me
encantaba observar los corros de vencejos, en persecuciones de vértigo con unos
gritos ensordecedores que me impedían apartar la vista de ellos. Si tuviera que
buscar un sonido que rápidamente me evocase una tarde de verano, sin duda sería
este. Mientras tanto, mis amigos permanecían impasibles sentados en unas
escaleras cercanas y perennes, recordando el último capítulo de "Mazinger
Z", o de "El coche Fantástico".
Y como
no, tuve que escuchar mil veces la frasecita: "solo tienes pájaros en la
cabeza" seguida de risas burlonas, en fin, yo seguía a lo mío.
Otra de
mis rutas habituales era bajar la calle Juan Sebastián Elcano hasta Antonio
Masa Campos, donde podía observar el nido de cigüeña blanca de la torre de la
Residencia Hernán Cortés. Al menos han sido 30 años seguidos siguiendo sus
avatares. Este quizás fuera el nido más famoso de la ciudad de Badajoz.
Algo
más tarde, cuando estudiaba Bachillerato en el instituto Zurbarán, descubrí uno
de los mejores paseos de la ciudad: el jardín de la avenida de Huelva. En sus
palmeras anidaban los vencejos pálidos, una de las primeras citas españolas
junto con Sevilla, pero además al caer la noche aparecía una de mis aves
favoritas: el autillo (Otus scops).
Había que estar muy atento a su canto "Tiu....tiu...", pues se posaba
sobre las altas farolas donde el resplandor lo ocultaba y costaba bastante
verlo. Una vez localizado había que estar atento a cuando se dejaba caer al
suelo ensimismado en capturar algún descuidado ratoncillo que cruzaba entre los
setos, estos ratoncillos eran mucho más comunes aquí que los insectos
habituales de su dieta.
Pero
sin duda, la joya para disfrutar de las aves era el río Guadiana, la verdadera
arteria verde de Badajoz. Era el mes de noviembre de 1989, "hacía un frío
que pelaba" y alguien de la universidad afirmaba que en unos eucaliptos
próximos al azud, recién construido, se estaban observando dos especies nuevas
para Extremadura, la espátula (Platalea
leucorodia) y el morito (Plagadis
falcinellus). Como no podía ser de otra manera allí que nos fuimos y reitero
lo de un "frío que pelaba". Tras muchas garcillas bueyeras, garcetas
comunes y grajillas por fin aparecieron sus siluetas inconfundibles en el
naranja de la puesta de sol: se trataba de dos espátulas y un morito, que
volvían fieles a su cita con el sueño en la concurrida "garcera" del
azud. Hoy estas especies son habituales en la zona, sin ningún esfuerzo pueden
observarse a placer, sin embargo en estos momento se sucede un espectáculo en
la tarde invernal difícil de superar. Se trata del retorno sincronizado al
dormidero de alrededor de 400 moritos, que sobrevuelan los monumentos árabes de
la ciudad, en ese momento donde ambiguas luces, unas que se extinguen y otras
que se encienden, parecen preparadas para recibirlos. Un espectáculo increíble
y gratuito con que nos obsequia la naturaleza sin esperar nada a cambio, tan
solo hay que colocarse en la zona central del Puente de Palmas y esperarlos, yo
lo hago varias veces al mes y espero seguir disfrutándolo durante muchos años.
¿os animáis?