lunes, 24 de diciembre de 2018

El nacimiento de los Urban-birders extremeños





El nacimiento de los Urban-birders extremeños


Comenzaban los años ochenta y un mundo nuevo se abría camino en los distintos campos. Quizás el nexo de unión que nos impulsó adelante fue pensar que cambiar las cosas era posible, y que estábamos en el momento justo de hacerlo. Mientras tanto, en blanco y negro se paraba el país, la sintonía de Antón García Abril anunciaba el comienzo de "El Hombre y La Tierra". Entonces despertaba el movimiento asociativo en España. Aquel Badajoz que todavía destilaba aire provinciano, era un lujo para todos los que vivíamos allí, pues tenía muy próximo el campo, y nos permitía un singular contacto con la naturaleza que nos aislaba de la incipiente urbe. Poco a poco aquellos mozalbetes con inquietudes distintas al resto de su generación, nos dimos cuenta de que no éramos los únicos, comenzamos a fijarnos en que había alguien más con inquietudes parecidas, y aspecto semejante a nosotros. Nos delataban nuestros pantalones cortos (vaqueros recortados por nosotros mismos), bicicletas de ruedas grandes (más que de bmx o trialsin, lo que queríamos es recorrer largas distancias), y  de "quinta, más que segunda mano", y unos prismáticos enormes que colgaban de nuestro cuello (no existían arneses por entonces), de tan solo dos marcas: Zuper Zenith o "Los Rusos", que tenían un nombre impronunciable.
                En aquellos años ya practicábamos la frase de David Lindo "Look up" (mira arriba), o tal vez es que no hacíamos otra cosa. En mi barrio de Badajoz, Pardaleras, existían varias parejas de cernícalo primilla (Falco naumanni), una de ellas situada en el edificio Valverde de la avenida Fernando Calzadilla,  podía verla desde el balcón de mi casa. Y sí, antes de que existieran las famosas aplicaciones de censos y conteos para estadística, yo apuntaba en mi cuaderno de campo las veces que el macho aportaba ceba, claro está, fuera del horario del colegio. Además de esta pareja existían otras en los edificios de las inmediaciones, tanto en Juan Sebastián Elcano como en Fernando Sánchez Sampedro. 


Otra de mis especies favoritas siempre han sido los vencejos. En la calle La Maya existía una pequeña colonia, sus nidos estaban situados en la apertura de la cámara de aislamiento existente entre mi edificio y el contiguo. Además de vencejos había varias especies de murciélagos como el murciélago rabudo, el murciélago hortelano o el pigmeo. Sí, aunque parezca mentira, todo eso había en mi calle.
Me encantaba observar los corros de vencejos, en persecuciones de vértigo con unos gritos ensordecedores que me impedían apartar la vista de ellos. Si tuviera que buscar un sonido que rápidamente me evocase una tarde de verano, sin duda sería este. Mientras tanto, mis amigos permanecían impasibles sentados en unas escaleras cercanas y perennes, recordando el último capítulo de "Mazinger Z", o de "El coche Fantástico".
Y como no, tuve que escuchar mil veces la frasecita: "solo tienes pájaros en la cabeza" seguida de risas burlonas, en fin, yo seguía a lo mío.
Otra de mis rutas habituales era bajar la calle Juan Sebastián Elcano hasta Antonio Masa Campos, donde podía observar el nido de cigüeña blanca de la torre de la Residencia Hernán Cortés. Al menos han sido 30 años seguidos siguiendo sus avatares. Este quizás fuera el nido más famoso de la ciudad de Badajoz.
Algo más tarde, cuando estudiaba Bachillerato en el instituto Zurbarán, descubrí uno de los mejores paseos de la ciudad: el jardín de la avenida de Huelva. En sus palmeras anidaban los vencejos pálidos, una de las primeras citas españolas junto con Sevilla, pero además al caer la noche aparecía una de mis aves favoritas: el autillo (Otus scops). Había que estar muy atento a su canto "Tiu....tiu...", pues se posaba sobre las altas farolas donde el resplandor lo ocultaba y costaba bastante verlo. Una vez localizado había que estar atento a cuando se dejaba caer al suelo ensimismado en capturar algún descuidado ratoncillo que cruzaba entre los setos, estos ratoncillos eran mucho más comunes aquí que los insectos habituales de su dieta.


Pero sin duda, la joya para disfrutar de las aves era el río Guadiana, la verdadera arteria verde de Badajoz. Era el mes de noviembre de 1989, "hacía un frío que pelaba" y alguien de la universidad afirmaba que en unos eucaliptos próximos al azud, recién construido, se estaban observando dos especies nuevas para Extremadura, la espátula (Platalea leucorodia) y el morito (Plagadis falcinellus). Como no podía ser de otra manera allí que nos fuimos y reitero lo de un "frío que pelaba". Tras muchas garcillas bueyeras, garcetas comunes y grajillas por fin aparecieron sus siluetas inconfundibles en el naranja de la puesta de sol: se trataba de dos espátulas y un morito, que volvían fieles a su cita con el sueño en la concurrida "garcera" del azud. Hoy estas especies son habituales en la zona, sin ningún esfuerzo pueden observarse a placer, sin embargo en estos momento se sucede un espectáculo en la tarde invernal difícil de superar. Se trata del retorno sincronizado al dormidero de alrededor de 400 moritos, que sobrevuelan los monumentos árabes de la ciudad, en ese momento donde ambiguas luces, unas que se extinguen y otras que se encienden, parecen preparadas para recibirlos. Un espectáculo increíble y gratuito con que nos obsequia la naturaleza sin esperar nada a cambio, tan solo hay que colocarse en la zona central del Puente de Palmas y esperarlos, yo lo hago varias veces al mes y espero seguir disfrutándolo durante muchos años. ¿os animáis?



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